Bajo la tenue luz, de aquella lámpara ya gastada,
ojeaba taciturna la energía que aún se veía capaz de producir.
Cuántos años has vivido querida?
Cuántas batallas has librado?
Sus grabados estaban ya afectados por el paso del tiempo.
Sus arrugas estaban expuestas en aquel tosco bronce.
Era un mendigo ofreciéndote su mano para que poses lo poco que quieras darle.
Eran los ojos de aquel hombre que lo miró con despecho, a pesar de llevar más de lo necesario.
Era un enorme cuenco de recuerdos.
Y allí, bajo esa luz suave, se sintió feliz.
Notó la calma que echaba de menos.
Los objetos inmateriales no son tan inútiles como creemos.
Si encontramos el adecuado, a veces, podemos dejarle hablar.
Podemos llenarnos de sus pasiones y vivencias.
Podemos dejar que al fin, la mente descanse.
Eclipsada por una luz mayor de lo que en un principio pareciese.
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