pero como otras se aprovechó.
Se aprovechó de mi inocencia,
de mi poca experiencia,
de mis ganas de amor.
La vida fue la primera prostituta a la que quise,
la primera de una larga lista de decepciones,
la primera que me puso condiciones para ser feliz.
Basta.
En serio?
Antes le hacía el amor.
Le hacía el amor suavemente, dejaba que corriese libre por mi cuerpo.
Dejaba que me hiciese suya.
Hasta que esa relación de amor-odio no dio más de sí.
Los tiempos del todo o nada.
Los tiempos del desequilibrio,
del mandato.
Fue ahí cuando un día al azar la agarré.
La agarré con fuerza, mientras la vida chillaba y se retorcía.
No sabría decir quien fue más puta de las dos.
Fui yo.
Me dijo no, pero esa no era la respuesta acertada.
La até a la cama, mientras pedía perdón.
No existe el perdón en un alma negra, susurré,
no existe el perdón para alguien que ha intentado joderme.
Los besos tiernos se transformaron en mordiscos de odio.
Nadie debería hacer enfadar a una pantera con uñas de gata.
Ni siquiera tú, vida.
Querías joderme verdad? Creías conocerme?
Ya sé que antes solo follaba mentes,
pero mi comportamiento ahora es más lascivo, y más demente.
El primer golpe sonó fuerte, pero no tanto como debería.
Al fin y al cabo era mi vida, no quería matarla rápidamente.
Hundí mi dedo en ella, y la encontré sorprendentemente mojada.
Maldita puta, zorra fetichista.
Y perdí el control.
Recuerdo golpes, sangre.
Recuerdo su jugo cayendo por mi boca,
recuerdo pensar en todas las noches que había perdido amándola,
recuerdo pensar lo que me gustaba follármela así,
mientras yacía impotente en la cama,
sin poder atacarme,
sin poder herirme.
Lloraba y pedía clemencia,
ay vida... recuerdas cuantas veces la pedía yo mientras te reías?
Recuerdo escupirle, y seguir follándomela.
Follándomela sin control.
Y solo al final, cuando yo estaba exhausta, la desaté,
pero no sin antes sorber su alma,
dejándola completamente desnuda e indefensa,
dejándola a mi absoluta merced.
Por eso mi vida ya no me posee.
No desde esa noche en la que la violé.
No desde esa noche en la que yo tomé las riendas.
No desde esa noche en la que le demostré que era mía.
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