miércoles, 8 de mayo de 2013

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El claro del día de ilustres colores,
concibe la vida con gracia y virtud.
No temas querida, son solo clamores
de la plácida luna arrastrada por el sol.
Y tantas historias, mi amada esperaba,
que absorvida por la noche se vió.
Y no sin gracia despierta quedaba
velando a su luna escapando del sol.
Catalina, princesa, qué penas tenéis?
Clamaba mi bella dama sin respuesta obtener.
La luna fijamente observaba su tez,
pero jamás contestaba.
Querida la cama, solía decir
más ella aguardaba al pie de la ventana.
Cual ángel caído,
cual espíritu osado,
cual reina sin reino.
Un día remoto, a la cama me fui,
y en la ventana no hallé nada.
Los días siguientes mi amada no estaba.
Y calmado y anhelante me asomé a su ventana,
y contemplé a Catalina, más bella que nunca.
Más brillante.
Y super que mi amor allí estaba.
No pude sobornar a sol, no conseguí su clemencia.
Así que con clara apariencia,
las alas de Ícaro porté.
Y allí estamos en el cielo.
Ella intenta ser reina, más cada alba,
la empujo del cielo, celoso de su gracia.
Y así conviven Lorenzo y Catalina,
dos amantes furtivos,
el amor y el odio,
fundidos para siempre en un cielo eterno.

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